EL
EDIFICIO COMO ORGANISMO Y COMO MOLDE
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Juzgar una construcción para habitar por su aspecto exterior es como saborear
una manzana por el color de la piel.
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Parece más adecuado comparar un edificio con un organismo, con su esqueleto, su
corazón, sus pulmones, etc.
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De la misma manera que el exterior de un organismo depende de la adaptación de
los órganos a sus respectivas funciones, ocurre de idéntico modo con el aspecto
exterior de una construcción.
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Algunas personas imaginan un edificio de una manera mecánica. Imaginan las
cuatro paredes, con aberturas para dejar entrar la luz (ventanas), o dejar
pasar las personas o los muebles (puertas). Imaginan el tejado, el pavimento,
las paredes, o, más bien, reconstruyen imágenes anteriores de esos elementos.
Esas imágenes albergan determinados usos: habitar, trabajar, descansar el
cuerpo y el espíritu.
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Pero las paredes son envoltorios de espacios adecuados a determinadas
funciones. Las ventanas y las puertas no tienen formas así o asá, dependen de lo
qué y de la manera cómo se quiere iluminar el interior y de la relación más
apropiada con el exterior. Y tampoco las conexiones entre los espacios son tan
sencillas como para reducirse a simples puertas para pasar de unos a otros.
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De manera que el proceso de trabajo debe suponer el saber qué va a pasar dentro
de un edificio y qué pasa fuera de él.
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Entonces surge algo así como el molde que lo conformará.
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El arquitecto sintetiza el conjunto de problemas que hay que resolver y las
discusiones que ellos generan en el proceso de elaboración.
Álvaro
Siza: “A propósito del edificio…” (1963)
En el libro: “Álvaro Siza, Textos”.
(2014)